jueves, 2 de diciembre de 2010

NAVIDAD

Retomo el escribir. Ya, por fin, me siento mucho mejor. No es que este bien, nunca lo estoy del todo. Estoy “funcional”. Tengo ánimo, algo de energía y comienzo una nueva rutina. Las rutinas son importantes cuando se ha vivido al filo de una agenda y de repente ¡zaz! Ya no hay agenda. Entonces se derriten las horas tal como los pintase Dali. Los días, todos, parecen ser el mismo que se vive interminablemente. Es un día infinito con pequeñas pausas para levantarse, comer, acostarse, dormir, levantarse, comer, acostarse, dormir, levan… y así, así, así. Modorra, pura y dura. ¿Pensar o no pensar? ¿Se puede no pensar? ¿Cómo? No encuentro el botón de apagado para mi mente. Sigue pensando, pensando, divagando, haciendo las horas unas hebras de hilo con el que se tejen miedos, incertidumbres, pesares, alegrías, certezas, gozos y de nuevo, miedos, incertidumbres… y así, así, así. Así ha pasado un mes. Parece una vida.

Esta vez, la navidad llegó en noviembre. No tenía otra cosa que hacer. Busqué luces, adornos, regalos envueltos en viejos papeles de colores gastados por el polvo que acumularon en el oscuro rincón donde reposaron todo un año. La cena de acción de gracias se adelantó también. Todas las formas se dejaron de guardar, ¿para qué guardar “las formas”? ¿Para qué hacer las cosas cuando se han establecido en el calendario social? Y allí me vi, pidiendo a la chica que viene a casa a hacer las tareas que ya no puedo hacer, que también decorase para navidad a mediados de noviembre. Enloquecí no por el consumismo, más bien por el tedio de mis horas. Enloquecí porque ninguna navidad de mi vida empezó jamás la segunda semana de noviembre, excepto esta navidad. Enloquecí porque me olvidé de “las formas”. Enloquecí porque adorné y encendí la navidad de mi nueva vida a mediados de noviembre. Enloquecí y me hizo bien. Rompí la rutina del tedio fibromialgioso. Ha llegado navidad.

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