miércoles, 8 de diciembre de 2010

Elizabeth Edwards y yo

No conocí a Elizabeth Edwards, quien fue la esposa del candidato demócrata estadounidense John Edwards, ese que en “lealtad” al asesoramiento y sacrificio de su esposa para que llegase a Casa Blanca, le pagó teniendo un hijo con una de sus “asesoras” publicitarias. Elizabeth acaba de perder la batalla contra el cáncer de seno y ha muerto luego de seis años de pelea. En sus últimos años de vida fue activista por la reforma al sistema de salud, siendo a mi parecer, su lucha más sensata. Su enfermedad le permitió reconocer la importancia que tiene el poseer un buen sistema de salud “universal” en un país, cualquier pais, para que no existan diferencias de índole económica al tratar una enfermedad que no discrimina entre clase social, racial o económica a la hora de atacar a sus víctimas. El cáncer hizo que Elizabeth reflexionara sobre las grandes injusticias que vive el pueblo estadounidense y sus territorios (Puerto Rico incluido) al enfrentarse a una enfermedad. Le inquietó saber que millones de personas también padecen cáncer en EEUU, pero no todos poseen los recursos económicos de los que ella disfrutaba para poder atenderse con los mejores médicos y recibir los mejores tratamientos. Cosas que tiene la vida.

Lo que Elizabeth Edwards y yo tenemos en común es que ambas decidimos compartir con el público los detalles más íntimos de nuestras particulares batallas con una enfermedad que te cambia por completo la vida. A ella la afectó el cáncer, a mí la fibromialgia. No osaría jamas el compararme con nadie que padezca cáncer o cualquier otro tipo de enfermedad, pues cada quien sobrelleva la que le toque de forma única, pero puedo comparar el deseo de escribir y contar lo que una vive cuando te toca aprender a vivir con un diagnostico que te vira la vida patas pa’rriba. Tal vez el deseo de Elizabeth fue similar a lo que es mi deseo: sacar a la luz pública lo que se siente, lo que se tiene que hacer o no hacer para ajustarse a una nueva realidad de vida. Pienso que compartir nuestro diario quehacer y sentir es la fibra más sensible que podemos tener los que, por “dicha” de la vida, nos ha tocado esta especie de sortilegio con el que debemos malabarar, para hacer todo aquello que hacen los que gozan de buena salud sin pensar en ello: reconocer la invaluable capacidad del cuerpo humano para realizar el más mínimo movimiento. Capacidad que cuando se ve afectada en su más mínimo detalle, es cuando nos percatamos de que la salud es un verdadero privilegio que hay que cuidar.

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